Se cumplieron las previsiones. Llegó la borrasca Filomena y con ella, cuatro días de nervios, ilusión, duro trabajo, máximo disfrute y estampas de Madrid que difícilmente podremos olvidar.
Hacía un par de semanas que el servicio estatal de meteorología avisaba de la posibilidad de que se sucediesen varios días de precipitaciones y nevadas intensas en toda España, incluso con acumulaciones de nieve importantes en la Comunidad de Madrid. Para variar, yo no hice caso al tiempo. Pero cuando te avisa el “señor del tiempo”, D. Javier Martínez Morán (os dejo su web y su intagram), que va en serio y que la previsión no es que nevará… si no que nevará muuuucho… te lo empiezas a creer.
JUEVES 7 DE ENERO
Amaneció un día tormentoso y frío en Madrid, muy frío. Comencé a creerme que sí, que si caía “algo”, con las temperatura bajo cero de estos días, sería en forma de nieve. Durante todo el día me llegaban mensajes para ir a fotografiar esos copos que iban a caer y al final me animé. El dilema era dónde ir. Madrid, con algo de nieve ya es extraño entonces, para inmortalizar esa estampa había que decidir un sitio espacial. Teniendo aún en mi memoria la última gran nevada en Madrid, allá por el 2010, yo lo tenía claro. Quería ir al Parque del Retiro de Madrid y más concretamente, al Palacio de Cristal. Uno de mis rincones favoritos de la ciudad el cuál ya tuve ocasión de fotografiar nevado la vez anterior y quería repetir. El aspecto de este Palacio siempre es de cuento pero nevado, adquiere un encanto especial.
Llegué el primero frente al Palacio. Bueno…” primero” es mucho decir. Era el primero de mis compañeros, pero aquello estaba a rebosar de gente y de fotógrafos esperando inmortalizar el momento. Encontré un hueco y planté el trípode. Mi sorpresa fue descubrir que a mi lado se encontraba, camuflado bajo gorro, mascarilla y abrigo, el gran Antonio Liébana (instagram), Gran Maestre de la fotografía de fauna de nuestro país. Suelo ser muy despistado para reconocer a las personas, pero su mirada curiosa, su mochila f-stop y su teleobjetivo ya son famosos en las RRSS, así que le reconocí enseguida. No soy muy dado a saludar el "famoseo" pero no me pude resistir. La tarde no empezaba mal. No sé si nevaría, pero al menos el compartir una tarde haciendo fotos y charlando junto a uno de mis referentes, es todo un placer.
Poco a poco fueron llegando amigos y desconocidos hasta congregarse una marabunta de gente frente al Palacio. Todos viendo cómo los copos seguían cayendo y cubriendo de blanco la estampa.
La distancia de seguridad hay que reconocer que no se mantenía, pero todos queríamos un encuadre parecido y alejarse del hueco conquistado suponía su pérdida. Todos queríamos captar las luces del atardecer y esperábamos, mirando el reloj, el momento de encendido de las luces. Es la foto que todos deseábamos. Al final lo conseguimos.
Una vez captado ese momento, tocaba dar una vuelta por el resto del Retiro buscando otros rincones y encuadres que inmortalizar. Pero la noche llegaba y no tardaríamos en recoger. Creíamos que allí se terminaba todo y volvíamos felices por el momento vivido. ¡Nieve en Madrid! (qué conformistas somos a veces). No sabíamos lo que nos esperaba.
VIERNES 8 DE ENERO
El día amaneció lleno de esperanza. El frío continuaba y, aunque por la mañana llovía la temperatura era baja y la previsión era que volvería a nevar por la tarde.
Javier me había comentado una de sus locuras, su idea de reservar un hotel en el centro de Madrid para poder fotografiarlo hasta tarde por la noche y de madrugada si había cuajado la nieve. Lo que al principio me pareció una idea de locos y algo exagerada, a medida que pasaba la mañana le veía más sentido y haciendo caso omiso a mi sentido común (menos mal), pillé una habitación de un hotel para aquella noche. Metí el equipo en la mochila y ropa para un día y me fui de vuelta al Retiro (sí, lo sé, es obsesión) nada más comer.
No podía estar más bonito. El Palacio de cristal había acumulado mas nieve que la tarde anterior y, aunque en las calles aún no había cuajado, las aceras ya muy mojadas, el frío y la nieve que empezaba a caer, prometía una tarde interesante.
Poco a poco fui caminado hacia el centro retratando la nevada que empezaba a animarse.
Cuando llegué al hotel en la Puerta del Sol ya empezaba a cuajar mientras la nevada aumentaba de intensidad de forma asombrosa. Filomena avanzaba con ganas y había llegado para quedarse. Las previsiones decían que estaría nevando intensamente más de 24 horas seguidas. Para un amante de la nieve, os podéis imaginar la ilusión que sentía ante ese panorama.
Tras hacer el check-in rápidamente en el hotel me encontré con Javier e Irene y comenzamos a recorrer los monumentos más emblemáticos del centro. La nieve, cada vez más intensa, ya impedía a los coches circular. Nos llegaban noticias de los bloqueos de la M-30 y la M-40, las arterias de circunvalación de Madrid. Era mucho más de lo que podía imaginar. Era consciente de los problemas que esta nevada traería, pero había que disfrutar y retratar el momento histórico que estábamos viviendo.
El plan lo teníamos claro. Volvimos al hotel a secarnos, cenar y esperar que se despejase un poco de gente para luego salir a última hora, ya con las calles más cargadas de nieve y aprovechar las últimas horas hasta el toque de queda (no olvidemos que estábamos en pandemia y había que respetar las normas). Lo que nos encontramos al salir, era dantesco.
Una última panorámica desde el hotel a la Puerta del Sol nos hacía soñar con un despertar blanco e inolvidable.
SÁBADO 10 DE ENERO
El despertador sonó a las 5:30 a.m. Abrí la ventana y... lo vi... ¡el Apocalipsis había llegado!
He salido mucho a la montaña en mi vida y he caminado sobre la nieve muchas veces, pero nunca, ni en mis más retorcidos sueños, pensé que pasearía por el centro de Madrid con pantalones de nieve, botas y polainas. Que recorrería sus calles bajo una gran nevada, hundiendo los pies en 30-40 centímetros de nieve y vientos que luego sabríamos que alcanzaron más de 80 km/h. Ni que vería las calles de Madrid con un aspecto tan apocalíptico, ahogada en nieve, árboles caídos, sin apenas gente, con su siempre presente iluminación creando una estampa fantasmal. Si no hubiese vivido las horas previas y visto la evolución, y me encuentro ésto al abrir los ojos, creería, sinceramente, que el Apocalipsis era aquello.
Subimos desde la Puerta del Sol a la plaza de Callao para recorrer la Gran vía. Cuando llegamos a la zona del Edificio Metrópolis, la ventisca era tremenda, casi tanto como el placer de estas viviendo aquel momento.
Fotografiar en estas condiciones era todo un reto para cualquier fotógrafo. Los gorros de ducha tan socorridos en alguna ocasión, apenas cubrían la cámara y en algún momento incluso lo perdí por el viento. Andar apuntando hacia abajo y cubrir la cámara con la mano, era la única solución. Quería tener la cámara preparada para disparar en cualquier momento. No podía guardarla en la mochila. Es aquí cuando se agradece tener un equipo sellado y resistente bajo estas condiciones. Por suerte no tuve problemas de condensación ni humedad a pesar de trabajar con un objetivo zoom y decidir no limpiar de nieve la lente porque era una batalla perdida.
Javier no tuvo tanta suerte y se le condensó el objetivo. A pesar de eso, su experiencia y el saber adaptarse a las situaciones, le hizo realizar un trabajo impresionante que os recomiendo disfrutar. Una gran demostración de que el equipo no lo es todo.
Nos encaminamos poco a poco hacia el centro de nuevo con la idea de recorrer la Plaza Mayor, la Catedral de La Almudena y la Plaza de Oriente. Las calles estaban prácticamente desiertas, llenas de nieve y en ellas se amontonaban las ramas partidas de los árboles, rotas por el peso de la nieve.
¡Jamás pensé que vería Madrid así!
Tras más de 3 horas caminando sin parar bajo la nieve y el viento era hora de volver al hotel. Las botas habían calado, los equipos había que secarlos, dejarlos reposar un rato y, lo más importante, rezar por que resucitase la cámara de Javier.
Pero el parón duró poco. Tras reponer fuerzas con un desayuno en la única cafetería que había abierta (pocas veces un desayuno me sentó tan bien), tenía ganas de más. A pesar de que ya se había hecho de día y empezaba a llegar gente, con lo que la fotografía apocalíptica ya no lo era tanto, había que seguir. Era una ocasión única y lo sabíamos.
Fuí por Gran Vía disfrutando de la imagen y de la gente que poco a poco llegaba con la cara llenas de curiosidad, ilusión, sorpresa e incredulidad. Fue muy curioso ver esquiadores por la Gran Vía, gente tirándose con trineos o con tablas de snow por lo que habitualmente es terrero reservado a los coches.
Multitud de gente acudió al centro a disfrutar de este acontecimiento tan especial. La alegría y el ambiente festivo se respiraba por todas partes. Por un día, parecía que no estábamos en pandemia, que todo era alegría. La gente se amontonó en la Puerta del Sol. Desconocidos echaban guerras de bolas de nieve, bailaban con la música que empezó a sonar en algún local. Había gente de todas las edades disfrutando juntos de este gran día.
DOMINGO 11 DE ENERO
No estaba en mis planes hacer otra noche en el hotel pero la idea de perderme algún detalle de estos días me hizo decidir quedarme una noche más y disfrutar de las primeras luces sobre un Madrid nevado. El día prometía estar despejado y no podía perdérmelo. Un último paseo por el centro que nos llevó hasta la azotea del Hotel Riu. Una pena que no pudiésemos salir al último piso pero estaba cubierto de nieve y nos tuvimos que conformar con las vistas acristaladas de la cafetería. Aun así, mereció la pena poner este broche final al día.
Era momento de volver a casa, a la rutina, aunque a Madrid aún le costaría volver a la normalidad un par de semanas más. La nieve acumulada tardaría en irse y los destrozos en el arbolado y algunos edificios se imaginaban grandes. Poco a poco se volvería a la normalidad pero en nuestras mentes, al menos en la mía, el recuerdo de lo vivido, las imágenes captadas, los mas de 30 km recorridos estos días y el frío sentido no se irán fácilmente.
Y en el recuerdo colectivo, un nombre algo antiguo seguirá vivo por mucho tiempo: Filomena.
Muchas gracias!